La historia nos enseña que si los españoles o los portugueses no hubiesen llegado a la Región, los carnavales no serían famosos en nuestros países. Así, por ejemplo, en el Perú, los españoles trajeron durante la conquista, no sólo a soldados sino también a representantes de la Iglesia y la consecuente rigurosidad de la época, pero ello también acarreó nuevas costumbres como la celebración de los carnavales, lo que se internalizó, durante el virreinato, inicialmente en los limeños de antaño, para luego ir difundiéndose en forma paulatina en las diferentes ciudades.
Parafraseando una antigua canción limeña “... quiero verte en la calle vestida de colores y llena de alegría…”, “… al Carnaval con sus tres noches con sus días…”
vemos que estas festividades eran celebradas por todos los tres días anteriores al miércoles de ceniza, donde entraba a tallar la inflexible normatividad de la cuaresma que la Iglesia imponía, es por ello que la gente se desenfrenaba realizando juegos, como por ejemplo emplear jarrones de barro llamados “alcancías” llenos de agua coloreada que se arrojaban hombres y mujeres; juegos que se intensificaron en la república, donde ya no solamente se usaba agua sino también cascarones de huevos llenos de agua perfumada, limpia o aquella proveniente de las acequias o con jeringas inmensas llenas de agua. Se armaba así una “gran guerra” en la que todos, con las caras pintadas de colores o con máscaras, daban rienda suelta a la diversión, concluyendo las festividades carnavalescas en grandes fiestas de disfraces.

Lo increíble del caso es que con el pasar del tiempo la celebración de los carnavales pasó de tres días a todo el mes de febrero, hecho que mantenemos hasta la actualidad; sin embargo, la falta de control a la que se llegó fue tan grande que pasó del juego ente amigos al juego con cualquier transeúnte convirtiéndose en lo que llegó a conocerse como el “mes mojado”, obligando a los gobiernos a establecer el juego con agua sólo para los días domingos.
A su vez, la historia nos cuenta que la costumbre no sólo se arraigó en las principales ciudades de la costa, sino dentro de todo el país, llegándose a convertir en una fiesta realmente mágica, donde se produce una especie de fusión entre lo religioso y lo folklórico.
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